Mónica Marchesky
Isabel tenía que conseguir esa muñeca
rusa para la colección. Tenía muñecas de distintas procedencias y lugares.
Todas guardando su diferencia; de cerámica, de loza, de papel, de tela. La
última que había adquirido era una kokeshi japonesa trabajada en una sola pieza
de madera, que le había llevado tiempo conseguirla. Pero aquella matroshka rusa
era su último objetivo.
También era de madera pintada como la
kokeshi; tenía en su interior otra muñeca la que a su vez en su interior tenía
otra, eran tres distintas en una sola. Un día la había visto en el escaparate
de la casa de compra-venta de aquel hombre tan desagradable como enigmático que
era su propietario.
-No está a la venta -le había dicho- es
de colección privada.
Luego de muchos años y al enterarse que
el hombre había muerto, fue hasta el centro comercial y de paso entró al local;
era atendido ahora por su nieto que era igual de desagradable que el viejo.
No encontró por ningún lado la muñeca
rusa, pero el nieto le dijo que él había pedido que lo enterraran con todas sus
colecciones, las que habían sido colocadas dentro de la cripta familiar con el
cuerpo. Lamentó el hecho de haberlas perdido, porque tenían un valor
incalculable para coleccionistas.
-Pero -le dijo- era la
colección privada de mi abuelo.
Isabel no podía dejar que se le
escapara la muñeca por capricho de aquel desagradable hombre, entonces esperó
la noche, violó la cerradura, encendió una antorcha y al abrir la puerta
comprendió la monstruosidad que se ocultaba en aquella cripta.
El féretro estaba allí, la colección se
distribuía por todos lados alrededor de él. Buscó en la semioscuridad la muñeca
rusa hasta que al fin la encontró.
De pronto, la tapa del féretro comenzó
a abrirse y una mano descarnada emergió de entre las sombras, la sangre se le
heló al ver que aquello se le acercaba arrastrándose, vio cómo las muñecas
tenían los ojos puestos en ella y sintió una pincelada sobre su rostro, gritó
sin poder moverse hasta que aquello terminó de maquillar su cara, arreglar sus
cabellos y colocarla sentada junto a las otras muñecas.
Aún tenía la matroshka en las manos,
eso la tranquilizó, y cerró los ojos.
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