domingo, 17 de abril de 2016

HORMIGAS EN EL ASCENSOR

 Mónica Marchesky

Desperté, con extraños olores a vegetación saciada por la abundante lluvia de la noche. Los hongos proliferaban en la base de los pinos y eucaliptos, anaranjados, de formas irregulares.
El bosque alrededor de la casa le otorgaba un sombrío encanto. Acudo a ella, cuando necesito descanso y tranquilidad. La soledad se siente, se puede ver su respiración entre las ramas. Mi perro Boby, compañero inseparable, rascaba la puerta para salir al patio. Desayuné y salimos a dar el acostumbrado paseo, ese ejercicio hacía olvidar el bullicio de las capitales de asfalto, al cual regresaría al cabo de uno días. Recordé que debía ir al almacén de ramos generales del pueblo y rodeé la finca lindera buscando el atajo que se había formado por costumbre de los pasos. 

Mi vecina era una mujer quisquillosa, los años la habían invadido por completo, no le gustaba la limpieza y juntaba todo tipo de objetos. Desde que había llegado no la había oído, algo extraño, porque hablaba sola y se reprendía cuando algo de ella misma no le gustaba. Una mano levantada de mi parte y un gruñido de ella era nuestro saludo. Toqué su puerta, nadie me contestó, miré por la ventana y la vi sentada al lado de la estufa, volví a tocar, ella seguía sin moverse y vi a Boby a su lado, pensé que algo estaba pasando. 

Me pregunté por dónde habría entrado el perro, pero recordé que ella hacía huecos en la tierra, acostumbraba a entrar y salir por esos pasadizos que vaya uno a saber que extraña satisfacción sentía al pasar por esos laberintos húmedos. Empujé la puerta, el perro comenzó a ladrar. 
La anciana estaba muerta, hinchada, con un color repugnante; salían de su boca hilos de hormigas, las cuales habían formado un enorme hormiguero en el interior de su cuerpo y se alimentaban de sus fluidos, que como mieles endulzaban sus pequeñas formas. 

Por un momento quedé sin aliento, luego, me puse a observar el trabajo de las hormigas que parecía que cuidaban con amor su preciado tesoro de dulces. Finalmente, cuando me vi rodeada por ellas, tomé a Boby en mis brazos y lo alejé del lugar. Llamé a la policía, nada encontraron más que basura y desorden. El cuerpo de la anciana ya no estaba, tal vez lo habían trasladado a uno de los interminables recovecos cavados en la tierra. 

Lo cierto es que ahora que estoy llegando a mi casa de la ciudad, que he tomado el ascensor con mis bultos y mi menudo perro, me doy cuenta que está demasiado rellenito, tal vez los días de descanso que tuvimos en el bosque lograron ponerlo en ese estado...

No hay comentarios:

Publicar un comentario