Su próximo destino sería Cassino, Italia, año 2012. Reena, veintisiete años, recolectora de objetos perdidos, devoró el archivo adjunto que le proporcionaba datos sobre la misión. Viajar entre mundos paralelos la hacía sentirse viva. Trabajaba en el “Centro de la Humanidad” desde muy joven.
Esta
vez tendría que investigar a un caminante diurno que era el protector del sello
de San Benedicto. Parecía una rutina sencilla, debía recuperar el objeto y
traerlo a casa.
Programó
la crisálida: Hotel Residence Montecassino, sábado hora 8:00 am.
Se
materializó; a esa hora había pocas personas en los alrededores, unos muchachos
con la resaca del viernes, discutían en la calle. Caminó hacia el interior del
Hotel y alquiló una habitación y un coche.
De pronto entró como en un remolino,
una pareja que se apostó frente a ella. Entretenidos con arrumacos y juegos
amorosos, no notaron su presencia. No podía dejar de observarlos: el hombre,
moreno, cabello un tanto largo, rasgos bien marcados, boca grande, ojos negros
enormes; decididamente feo, pero atractivo, de mediana edad. No dejaba de
susurrar palabras a los oídos de una jovencita, desenfadada, con muchos
adornos, ropa ajustada y cabello de distintos colores que terminaban en puntas
desiguales.
El
hombre alargó su brazo hacia la falda de la joven y entonces lo vio; el sello
de San Benedicto brillaba en su pecho.
La
pareja corrió hacia la puerta y Reena detrás de ellos.
Entraron
al salón a tomar un café, ella se sentó a sus espaldas. Su lenguaje gestual
demostraba que habían pasado la noche juntos, tal vez bebiendo y haciendo el
amor.
Reena estaba desconcertada, palpó su arma
bajo la chaqueta y se detuvo... no podía ser el sello original. Lo que había
leído en el archivo era que el caminante diurno se encontraba en el Monasterio,
situado al final de la Vía Montecassino.
Efectivamente comprobó que eran
reproducciones, ya que al salir del hotel siguiendo los pasos de la pareja se
encontró con una venta de sellos que abarcaba casi toda la acera.
Dejó que éstos se fueran, no era lo que ella
estaba buscando, subió al coche de alquiler y comenzó la ascensión serpenteante
hacia el monasterio.
Reena
notó la distorsión de la realidad en el suceso con la pareja, en el que casi
mata al hombre para obtener el sello, pero a veces esas cosas pasaban en las
dimensiones paralelas. Había detalles que se potenciaban cuando interactuaban
juntas.
No
sabía mucho más, no era necesario. Estaba a la aventura y debía resolver los
inconvenientes que se le presentaran, no podía comunicarse con el “Centro de la
Humanidad” antes de haber cumplido la misión y tampoco podía pedir ayuda si
algo salía mal.
De
donde ella venía los objetos tenía un valor histórico. En su dimensión, eran
motivo de culto y respeto, habían perdido los poderes adjudicados a los mismos
y eran exhibidos en vitrinas del museo, como valiosos elementos de colección.
Este
era el momento preciso que tenía para capturar el sello de San Benedicto. El
caminante diurno era su custodio, el cual era usado para todo tipo de
protección contra los ataques del mal, incluso era un poderoso talismán para
contrarrestar a vampiros, hombres lobo y era utilizado en exorcismos, tan de
moda en el año 2012.
Al
llegar al monasterio, estacionó el coche y siguió caminando, el edificio se
veía majestuoso. No había mucha gente a esa hora. A la entrada los símbolos en
el piso y la palabra PAX sobre el alféizar de la puerta le terminó de convencer
que estaba en el camino correcto. Atravesó un patio abierto con un aljibe,
subió unas grandes escalinatas, se encontró en otro patio abierto con una pira
bautismal y pasillos con columnas. Recorrió en silencio pero expectante a cada
sonido que pudiera delatar la presencia del caminante. En las paredes de los
corredores a la derecha, detrás de cada columna se abrían puertas como grandes
bocas oscuras, al pasar junto a una de ellas, un grito hizo que Reena se detuviera
en seco.
El
grito provenía de la parte del museo. Ya había tenido enfrentamientos con
custodios en otras dimensiones y sabía que tenían una vida muy breve y a veces
su cuerpo se volvía gelatinoso. Si eso llegaba a suceder perdería la reliquia.
Se
le presentaron largos pasillos con todo tipo de objetos en sus vitrinas. El
ambiente le era familiar, ya que desde su dimensión también eran iguales los
museos. Más tecnificados, aislados por pantallas protectoras, inaccesibles al
público pero sí visibles en pantallas que se sucedían a ambos lados. Podía
sentir un jadeo que provenía de la parte más apartada, donde se hacían
restauraciones.
Palpó
bajo su ropa el pentáculo.
Al
acecho se arrastró por los pasillos y pudo ver en la semi oscuridad, cómo un
hombre se transformaba en animal grotesco. Reena se sobrepuso, no sabía que los
caminantes tenían comportamientos teriomórficos. *
No
quería eliminarlo, pero no tenía opción. Esta especie sin duda había
evolucionado y no sabía cuál sería su comportamiento.
El
engendro, al notar su presencia no se sorprendió, parecía que la estaba
esperando. Apuntó el arma justo al pecho del hombre-animal, quién se abalanzó
hacia Reena desgarrándole la ropa y lastimándole el brazo que sangró en
abundancia. En el momento del zarpazo, accionó el arma, clavándole la estrella
de cinco puntas justo en el corazón. --¡Demonios! –gritó y maldijo su torpeza,
no podía haberla tomado desprevenida.
Un
silbido abrumador surcó el ambiente rebotando en las paredes, estremeciendo el
aire. El animal se desvaneció dejando el sello de San Benedicto y el pentáculo,
intactos a sus pies.
El
archivo era concreto: si el caminante diurno llegaba a lastimar la carne del
oponente, le transmitiría su condición.
Reena
se incorporó casi sin respirar, la cabeza le daba vueltas, tenía que decidir
que era lo que iba a hacer. Si se quedaba, sería la continuidad del caminante y
protegería el sello hasta la muerte, suceso que ocurriría en no más de dos años
y tendría que pasar su legado a otro protector. De ser así, no habría cumplido
su misión. La posibilidad la tentó, porque no tenía nadie que la esperara del
otro lado, estaba sola con su decisión, pero, posiblemente enviaran a otro
recolector a buscar el sello y terminar lo que ella había empezado.
Tomó
el pentáculo, el sello y en un lugar detrás de una división de la estructura,
convocó a su crisálida y programó el regreso al “Centro de la Humanidad”. Al
entrar en la máquina, ésta hizo un análisis exhaustivo del elemento extraño que
se introdujo y su veredicto fue: elemento infectado, procederemos a eliminar
amenaza.
* Teriomórficos: capaces de adoptar formas animales
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